Decir el dolor, la fragilidad y la pérdida. Mostrar con insistencia nuestra condición de seres sujetos a las mismas desventuras y contrariedades. ¿Qué sentido es aquél que se articula a partir de estas coordenadas? O mejor: ¿desde dónde es posible articularlo como palabra? Escritura híbrida que se teje desde los márgenes: deposición de una ética y no tan sólo una búsqueda estética. Elección de quien sabe que una estética sólo es útil si se pone al servicio de “algo más importante”.


Necesidad, para el que lee, de esta escritura.
¿Cuál es la obra de tema animal que más le gusta o le intriga o le conmueve?
Pocas veces hemos sido capaces de representar al animal como se merece en una obra de ficción, de cualquier género que sea. Desde las fábulas morales de Apuleyo o La Fontaine hasta el bambi de Walt Disney, el oso de Jean-Jacques Annaud o al pingüino de Luc Jacquet, no hemos hecho otra cosa que atribuir a sus comportamientos motivaciones y emociones que nos pertenecen, despojándoles a ellos, así, de su dignidad. Parece que necesitamos que se parezcan a nosotros para poder respetarles. Nos conmueven las imágenes en las que vemos nuestros propios valores asociados a otros (la resistencia, la fuerza, el gesto certero, la inocencia, etc.) de los que carecemos o que hemos perdido.

En su libro La baba y el caracol reflexiona sobre la creación poética a partir de la construcción de lo que llama una “zoología poemática”. ¿Qué habría en común entre el gesto de un animal y el poema?
Con mi pequeña zoología poética sólo he pretendido ilustrar tres maneras de entender históricamente el poema. Cada una de ellas corresponde a un modelo de comprensión del mundo: el de desvelación (realismo), el de construcción (idealismo o constructivismo), y una tercera modalidad sin definir en la que la realidad se entendería como rizoma. El cangrejo ermitaño, la araña y el caracol son ejemplos que consiguen “animar”, digamos, estos modelos. Son metáforas que hacen más comprensible lo que quiero decir. Las metáforas son útiles en los discursos teóricos porque revisten lo abstracto de las dimensiones espacio-temporales con las que acostumbramos a percibir el mundo. Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con el animal en sí mismo. Tan sólo se utiliza algo que le es propio para ilustrar, o sea, para proporcionarle una imagen a lo que se pretende decir. Por ejemplo, el cangrejo ermitaño es un animal que no crea su propia concha, sino que va a alojarse en las conchas que otros moluscos han dejado vacías. Cuando crece y se le queda estrecha, va en busca de otra. Así es como procede el poeta si se entiende, desde la óptica del realismo, que su función es la de desvelar o revelar una realidad que es inamovible. Desde la perspectiva constructivista, en cambio, el poeta no revela nada sino que construye, como la araña. Y desde el modelo rizomático, el poeta, como el caracol, es una criatura humilde que se desliza bajo la hojarasca dejando tan sólo un ligero, casi imperceptible, rastro de baba.
En La herida en la lengua, su libro más reciente de poemas, escribe:
“La crueldad no son las fauces del tigre en el cuello de un gacela, no, la crueldad es moral, y la moral es humana. La estupidez también”.
¿Qué podemos aprender hoy todavía, como especie, de los animales? ¿Qué deberíamos aprender?
Aprender a recuperar el animal que somos es la tarea. Mientras seamos cuerpo seguiremos perteneciendo al reino animal y, nos guste o no, sujetos al círculo del hambre. Importa no olvidarlo. En este universo nada es independiente, ningún ser es menos o más importante que otro, todo necesita de todo para sobrevivir. Y si queremos seguir en él (podemos decidir no hacerlo, por supuesto) tendremos que empezar por respetar las otras formas de vida y aprender de ellas a no destruir el hábitat. No tenemos, los seres humanos, más derecho que otro ser vivo a habitar este planeta. Creernos superiores no nos hace mejores, tan sólo ensancha el cerco de nuestra estupidez.